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Con más de cuarenta obras de gran formato, esta exposición presentó los trabajos de veintinueve pintores internacionales de países como Alemania, Estados Unidos, Dinamarca, Inglaterra y España. La mayoría de ellos se habían iniciado
en la pintura a finales de los años sesenta, cuando había empezado a considerarse una práctica obsoleta, tras la rápida evolución que la había llevado del expresionismo abstracto al minimalismo.

A pesar de manifestar un interés común por la abstracción, estos pintores no se engloban dentro de ningún movimiento homogéneo, sino que, a través de un variado repertorio de propuestas, ponen en tela de juicio los dogmatismos formales y las visiones unívocas de la representación. En sus trabajos prima la ambigüedad, la complejidad y la noción de impureza, y eso los distancia de los modelos discursivos que consideraban la abstracción como algo puro o ideal.

Esta exposición no pretendía proclamar que toda pintura debía ser abstracta ni que todo arte debía ser pintura, sino demostrar que la abstracción volvía a ocupar un lugar destacado en el debate estético.

Pudieron verse obras de Domenico Bianchi, José Manuel Broto, Ian Davenport, Stephen Ellis, Günther Förg, Ferran Garcia Sevilla, Luis Gordillo, Xavier Grau, Peter Halley, Mary Heilmann, Fiona Rae, David Reed y Gerhard Richter, entre otros.