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Esta presentación proponía una mirada nueva y fresca a las obras de la Colección MACBA. Más allá de cualquier atisbo de disposición historicista o cronológica, se articuló entre las piezas un flujo de interconexiones lúdicas, conceptuales y sensoriales, que ilustraban algunas de las líneas de investigación claves en el Museo.

Los ecos del arte pop y su mirada crítica a la sociedad del espectáculo nos llegaban de la mano de Joan Rabascall y Jack Goldstein, mientras que obras de Joaquín Torres García y Alexander Calder esbozaban las potencialidades utópicas y subversivas del juego. Öyvind Fahlström, por su parte, nos conectaba con las innovaciones de la música y la poesía concreta, y Marcel Duchamp actuaba de líder espiritual de los artistas de la Galería Cadaqués. Las obras de Juan Muñoz y de Guillermo Kuitca evidenciaban las posibilidades teatrales del objeto artístico. Y Kuitca, a su vez, formaba parte del repertorio de artistas neoconceptuales latinoamericanos ampliamente representados, entre los que podemos destacar a Waltercio Caldas, José Antonio Hernández Díaz, Leonilson, Cildo Meireles y Gabriel Orozco.

La idea de línea y las posibilidades del dibujo, así como la relación entre fotografía y representación del espacio urbano, fueron otros de los temas planteados.

En la nueva presentación de la Colección MACBA, que incorpora obras hasta ahora no expuestas, los tradicionales criterios lineales de orden cronológico han sido sustituidos voluntariamente, en beneficio de una disposición de carácter más flexible y fluido. La contigüidad en un mismo espacio de obras y de autores semejantes –por generación, por materiales y formatos, por discurso, por escuela, por ideas compartidas o por vínculos de amistad entre los artistas– o, por el contrario, totalmente disímiles, contradictorios y hasta hostiles entre sí, responde al objetivo de potenciar un recorrido que se ha liberado de la disciplina historicista, rompiéndola e invitándonos a establecer relaciones más complejas, aleatorias, sugestivas y libres, así como a la especulación.

Una obra de Joan Rabascall, Tout va bien (1972), abre la exposición. La rotundidad del mensaje en mayúsculas de este creador lleva implícita la incertidumbre de lo que declara: ambigüedad irónica, pero también optimismo de la voluntad. Rabascall, residente en París desde los años sesenta y a quien el MACBA dedicó una exposición en el año 2009, ha desarrollado una obra inspirada en lo absurdo de los dis cursos oficiales, especialmente de los medios de comunicación de masas, y concebida como permanente estado de respuesta a los mismos.

La contemplación de Tout va bien se simultanea con la audición de Den Svåra Resan (1954), un poema sonoro de Öyvind Fahlström. Artista pionero de la poesía concreta –la corriente renovadora de los parámetros de la forma poética que, en los años cincuenta, postuló que los elementos espaciales y visuales del poema tenían una importancia equiparable a la rima y el ritmo–, Fahlström está muy influenciado por los sonidos concretos y la disposición armónica de notas abstractas en la música electrónica.

Junto a Joan Rabascall encontramos la obra de Jack Goldstein, que recoge el estruendo de un tornado, el crepitar de un bosque ardiendo o los ladridos de un perro, mientras que las portadas de sus vinilos nos remiten al minimalismo. Los sonidos elegidos son, como las imágenes de sus filmes, rotundos: "instantes sensa - cionales", denominaría el propio autor a sus pinturas posteriores. En sus propias palabras, "me interesa la brecha entre el minimalismo y el arte pop: la adhesión al objeto y la autonomía del minima lismo y la materialidad de nuestra cultura que se encuentra en el arte pop".

Cinco pequeñas obras de madera del pintor constructivista Joaquín Torres García, fechadas entre 1924 y 1935, nos remiten al ámbito del juego. Torres García, influyente educador para varias generaciones de artistas sudamericanos, se distinguió sobre todo por el hecho de aportar orden y lógica compositiva al constructivismo mediante reglas como el número áureo y la inclusión de figuras simbólicas que representan al hombre, el saber, la ciencia y las ciudades. Estas piezas están situadas ante dos móviles paradigmáticos de Alexander Calder realizados en los años treinta, durante su estancia en Barcelona. Miembro de la asociación Abstraction-Création desde 1931, Calder se había propuesto crear obras abstractas dotadas de movimiento. Fue Marcel Duchamp quien bautizó sus primeras esculturas con movimiento con el término "móviles".

De Marcel Duchamp se presentan algunas piezas en el espacio contiguo, en compañía de otras obras de creadores de los años sesenta y setenta que, como él, expondrían por primera vez en España gracias al arquitecto y galerista italosuizo Lanfranco Bombelli, en la galería Cadaqués de aquella localidad. Atraído por las recomen da ciones de Salvador Dalí, Duchamp, creador de los ready-mades y de los rotoreliefsque darían nacimiento al arte cinético u óptico, pasó en este pueblo los últimos veranos de su vida. John Cage, admirador de Duchamp, también pasó varias temporadas en Cadaqués, al igual que Richard Hamilton, famoso
en la historia del arte como "padre del arte pop" por su collage Just What Is It That Makes Today's Homes So Different, So Appealing? (1956) y también prolífico dibujante, pintor e impresor.

La siguiente sala explora algunas de las posibilidades teatrales del objeto artístico. Destaca la obra de Juan Muñoz London Balcony (1987), uno de sus característicos balcones vacíos colgados de la pared ciega. Con esas piezas, junto a su catálogo de espacios arquitectónicos y figuras humanas, aisladas o en grupo, que componen escenografías inquietantes, Muñoz invita al espectador a imaginar lo que pudiera suceder en ellas. La inquietud, el interrogante, la reverberación existencial y metafísica que suscitan proceden también de su tamaño insólito, de su desproporción.

A la misma generación pertenecen los artistas que le acompañan: Cildo Meireles, de quien se expone Inmensa (1982), una construcción de mesas de diferentes tamaños que ejemplifica sus "cascadas de bifurcaciones" y simultáneamente escenifica ideas de domesticidad, de jerarquía, de poder; Gabriel Orozco, con Atomist: Offside 1996 (1996), una de sus manipulaciones –o perversiones– en offset de una foto de prensa sobre un espectáculo deportivo popularísimo en los Estados Unidos, su país de adopción; y Guillermo Kuitca, de quien se presenta la planta de un piso vacío, Red Plan (1990), como otro espacio escenográfico –vivienda o laberinto carcelario– para que el observador, como en el caso de Muñoz, proyecte en él su imaginación de lo que allí sucede o no sucede.

Marcel Broodthaers y Kurt Schwitters se relacionan en el primero de los films de Broodthaers, La Clef de l'horloge (1957), filmado en el Museo de Bellas Artes de Bruselas con ocasión de una exposición de Schwitters, artista por quien Broodthaers sentía gran aprecio y admiración. Otras películas de Marcel Broodthaers que pueden verse en esta presentación son La Pipe (1969), nueva vuelta de tuerca cinematográfica al famoso cuadro Ceci n'est pas une pipe de René Magritte, y Un film de Charles Baudelaire (1969), inspirado en el gran poeta francés.

La idea de línea y las posibilidades del dibujo, sea con hilo, alambre, papel recortado u otros materiales, se explicita en el conjunto de obras reunidas en el siguiente espacio: fotografías de Ana Mendieta en las que se perciben las efímeras siluetas de sus mujeres de arena, agresivos cuadros de alambre de espino de Jaume Xifra, junto a formas delicadas y etéreas del brasileño Waltercio Caldas o a los "dibujos sin papel" de Gego. Philip Guston y Pablo Palazuelo comparten asimismo espacio con los papeles recortados de Antoni Llena y una serie Fibonacci de Mario Merz.

La relevancia de la fotografía como herramienta artística propia del siglo XX y, al mismo tiempo, del espacio urbano como una de sus temáticas privilegiadas se pone de manifiesto en la siguiente sala. Las imágenes de Robert Frank sobre el Nueva York arquitectónico de los años cincuenta se codean con otra perspectiva de Nueva York, la de la película documental de Helen Levitt In the Street (1952) –que retrata los tipos humanos, la vida callejera del Harlem de 1944-1945– y con la Barcelona insólita de Manolo Laguillo, cuyas imágenes evidencian la transición urbanística sufrida por la ciudad en el periodo comprendido entre los comienzos de la democracia y la era posolímpica. Acompañándoles, encontramos la ficción fotográfica meticulosamente construida del canadiense Jeff Wall y el colosal políptico de Cristina Iglesias, que usa la documentación de su propia obra de escultora como un laberinto interior.

La última sala se dedica a los movimientos y los artistas de las primeras décadas del siglo XX, cuya iconoclastia y rupturas con la tradición contribuyeron a establecer el campo de libertad en el que pudieron trabajar los artistas que acabamos de ver en las salas precedentes. Pequeños formatos de Paul Klee y Joan Miró entre lo figurativo y la abstracción; obras juveniles de Antoni Tàpies y Joan Ponç que representan el impacto del onirismo y el magicismo del movimiento surrealista, que cuajó en Barcelona con el grupo Dau al Set, momento en que se sitúan los orígenes del arte moderno en nuestro contexto cultural. Del surrealismo, en los años cincuenta, evolucionan, por reacción, el informalismo y la pintura matérica. Tàpies representa la expresividad doliente del arte matérico, mientras que las obras de Lucio Fontana, Jean Dubuffet y Henri Michaux atestiguan la vitalidad del informalismo. Eduardo Chillida y Jorge Oteiza, vaciadores de la escultura, escultores del aire enmarcado en metal, cierran la exposición.

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